Solares tradicionales: Santa Catalina, en San Cayetano.

Recuerdos de una estancia en la que se impartía la ley.

Es una de las más antiguas de la zona y su casco fue sede del Juzgado de Paz de Tres Arroyos; hoy pertenece a los descendientes de su fundador, Samuel Roseti.

Por Carolina Buus  
Para LA NACION

12/4/2006

SAN CAYETANO.- A orillas del arroyo Cristiano Muerto, cinco kilómetros antes de que su cauce se funda con el mar, se encuentra un extenso monte de diversas especies. Basta seguir el camino que se abre por el campo y dejar atrás algunos árboles para descubrir el casco de Santa Catalina, una de las primeras estancias del partido de Necochea, qua actualmente pertenece al distrito de San Cayetano. También fue sede del Juzgado de Paz de Tres Arroyos.

La historia de esta pintoresca estancia, con antiguas construcciones de color rosado y un amplio parque que la circunda, comienza a escribirse en 1864 de la mano de Samuel Roseti, tío abuelo de su actual propietario, Jorge Saenz Rozas.

De espíritu aguerrido y miembro de una familia tradicional de Buenos Aires, el joven Roseti dejó la cómoda vida de la ciudad y emprendió viaje hacia el Sur con la intención de descubrir el desierto bonaerense, sin más compañía que la de su asistente, un negro llamado Gaite, y con una tropilla por delante.

A poco de andar por los pagos de Cristiano Muerto, don Samuel Roseti se apegó tanto al lugar que decidió comprarlo. La propietaria enfiteuta era Damasia Saavedra Celaya de Lamas, de quien adquirió las 20.000 hectáreas originarias de Santa Catalina el mismo año de su arribo, en 1864, gracias a la venta de unas estancias que poseía junto con sus hermanos y a un crédito bancario del que Jorge Saenz Rozas aun conserva el contrato crediticio.

Este rincón del sudeste bonaerense era por entonces un gran pajonal que sólo conocía de moradores transitorios que se establecían en toldos de cuero de potro y de un paisano de apellido Rodríguez, famoso por entonces, al que le llamaban comandante. Roseti sabía que él era el propietario legal de las tierras, pero no ignoraba que la costumbre decía lo contrario, por lo que le propuso al comandante emprender juntos los duros trabajos que le esperaban y durante largos años fue el encargado de la estancia.

En 1866, el gobierno bonaerense dictó un decreto que reglamentaba el funcionamiento de la jurisdicción de Tres Arroyos, hasta entonces sin autoridades ni sede administrativa. La norma designó como primer juez de Paz a Benigno Macías, pero como no asumió el cargo por razones personales, el 17 de diciembre de 1866 el gobernador Adolfo Alsina se lo otorgó a Samuel Roseti, que ejerció sus funciones desde Santa Catalina hasta 1870.

El casco donde hoy vive la familia Saenz Rozas ya tenía marcados los primeros trazos, al que ahora se le sumaba una nueva edificación: el calabozo. Pese a que los malones eran frecuentes y la estancia estaba fortificada para hacer frente a la indiada, el casco, con dos casas paralelas de estilo italianizante, galpones, un garaje para la volanta y la celda destinada a los infractores de las leyes, nunca fue acechado.

Samuel Roseti se casó con Julia Saenz Rozas y al igual que sus hermanos -el coronel Manuel Roseti, muerto en batalla y Carlos Roseti, soltero- no tuvo descendencia; sólo dos sobrinos de apellido Saenz Rozas. Manuel, el único varón, era abogado por imposición familiar, pero pese a vivir en Buenos Aires siempre había manifestado su gusto por la vida rural. Corrían los primeros años del siglo pasado y Manuel Saenz Rozas comenzaba a cumplir su sueño: trabajar en el campo.

Un largo viaje.

El viaje a Santa Catalina fue largo, el tren lo llevó hasta Tres Arroyos y desde allí debió seguir alrededor de cien kilómetros más en galera. Pese a las duras condiciones, Saenz Rozas no tardó en apegarse al lugar tanto como su tío, que en 1918, a su muerte, le dejó en herencia 13.700 hectáreas y el casco de Santa Catalina. Se convirtió en un prominente estanciero, instaló una industria lechera en el campo y se dedicó a la cría de animales de pedigree: lanares Oxford Shire Down -una raza desaparecida en el país-, vacunos Shorthorn y equinos Percherón y Clydeslale.

En la actualidad, el casco de Santa Catalina y parte de sus tierras pertenecen al hijo menor de Manuel, Jorge Saenz Rozas, que junto a dos de sus hijos lleva adelante la producción del campo.

La fachada de la estancia no ha cambiado mucho: las casas paralelas están unidas desde 1880, en el calabozo funciona la carnicería, el garaje sigue teniendo la bebida para el caballo en una de sus paredes externas y algunos de sus galpones permanecen en pie. En uno de ellos, llamado "La cabaña", continúan criándose animales de pedigree y allí descansa Tormenta, una yegua criolla, lista para partir hacia Buenos Aires y participar, como todos los años lo ha hecho la familia, en la exposición rural.  
 

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