TRANSCRIPCIÓN TEXTUAL DEL DIARIO URUGUAYO TELÉGRAFO MARÍTIMO, DEL DÍA 21 DE AGOSTO DE 1909


TELÉGRAFO MARÍTIMO

DECANO DE LA PRENSA DEL RÍO DE LA PLATA


JUAN FRANCISCO DE LA SERNA

1809 - 21 de Agosto - 1909

Una piadosa y conmovedora escena de amor filial se ha llevado a cabo esta mañana en nuestra Necrópolis Central. Los hijos del señor Juan Francisco de la Serna, el que fue modelo de caballeros y ejemplo de actividades, acudieron esta mañana a la mansión de los muertos para colocar una lápida en el sitio donde descansan los restos del ilustre extinto y cubrir de flores, emblema de sentimientos enternecedores, la tierra que cubre los despojos del que, haciendo de la hombría de bien un culto y de la virtud una enseñanza, efectuó el tránsito de la vida dejando en pos de sí las huellas luminosas de su espíritu, forjado en el yunque del trabajo que dignifica y ennoblece.

Todos los que han seguido con interés la historia de nuestra vida nacional, hermosamente pródiga en ejemplos de austeridad y honradeces, han tenido que asociar sus recuerdos al nombre del ciudadano cuyo centenario se cumple hoy, porque en cada una de sus manifestaciones palpita el alma generosa que por más de medio siglo concurrió con anhelos singulares que los embates no lograron amenguar, a la obra patriótica de encaminar a la República en la senda de sus progresos, dispensándole siempre el concurso de una voluntad férrea y todas las energías de un corazón en el que jamás anidaron otros sentimientos que los generados en las purísimas fuentes del bien.

Recordar el nombre del señor de la Serna es traer a la memoria una época de labor excepcional; evocar su memoria, entonar un himno a la virtud, y consagrar ese recuerdo con exteriorizaciones de cariño, rendir justísimo tributo a una vida en la que todo fue luz, que para los espíritus selectos parece como que existiera un mundo en el cual las tinieblas huyen para dejar que surjan siempre esplendorosas las acciones que se funden con caracteres indelebles en la gratitud nacional.

Bien merece, pues, el que fue factor importantísimo de nuestras conquistas de progreso; bien ganado tiene a la consideración pública el que nunca escatimó voluntades ni ahorró esfuerzos en beneficio de este país, la sincera demostración de respeto que traducen estas líneas y que completamos publicando algunos datos biográficos persuadidos de que ofrecemos una página en la que podrían encontrarse muchas y sanas inspiraciones, ya que en vidas como la del señor Juan Francisco de la Serna es donde pueden hallarse las emulaciones necesarias en horas de desaliento o cuando el himno de la victoria siembra de claridades el vastísimo campo donde deben ejercitarse las actividades que conducen a la perfectibilidad.

Sus señores padres fueron don Manuel de la Serna, natural de Tarrueza, obispado de Santander (España) y doña María Luisa Roseti, hija legítima de don Manuel Roseti, natural de la isla de León y de doña Josefa Gómez de la Vega, natural de Buenos Aires. Contrajeron enlace en la parroquia de San Nicolás (buenos Aires) el 4 de febrero de 1806. De esta unión nacieron 16 hijos; entre ellos, doña Luisa, doña Remedios, don Gerónimo, don Rufino y don Bonifacio, que ocuparon puestos culminantes en la sociedad de Buenos Aires.

Don Juan Francisco de la Serna nació en Buenos Aires el 21 de agosto de 1809. Sus padrinos fueron don José Martín Segovia y su señora esposa. Fue bautizado en la catedral de dicha ciudad, el 22 del mismo mes. El 6 de octubre de 1852 contrajo enlace con doña Rosa Trías, en San Fernando, provincia de Buenos Aires. Del primer matrimonio con doña Paula Comas, nacieron Sara y Fran; la primera, viuda hoy del respetable caballero don Pedro Lorenzo Flores. De la segunda unión nacieron doce hijos que hoy forman respetables hogares; siete de ellos son: Juan Francisco, Rosa de la S. de Martínez, Delia de la S. de Montes de Oca, Mario, César D., Manuel y Elina de la S. de Montes de Oca.

Al poco tiempo de casado, don Pancho de la Serna, como le llamaban familiarmente sus amigos, tuvo que emigrar a este país perseguido por el tirano Rozas, conjuntamente con aquella pléyade de jóvenes distinguidos que formaban Eduardo Madero, Gregorio Lezama, Lucas González, José C. Borbón, Lezica y otros. Prescripto de su patria, prestó gran ayuda al ejército revolucionario, entregando embarcaciones y cargamentos de su propiedad para los fines patrióticos que se perseguían, haciendo estos sacrificios desinteresadamente, no obstante que hacían peligrar la fortuna que se iba labrando. Desde aquella época el señor de la Serna fue amigo del propietario de EL TELÉGRAFO MARÍTIMO, siendo uno de los primeros subscriptores fundadores.

Aquí en Montevideo fue factor importante de progreso; llegó a adquirir una gran fortuna, que después se derrumbó, debido a las malas épocas por que atravesó este país. Fue dueño de los valiosísimos terrenos conocidos hoy por el aristocrático Paso del Molino, Cuchilla de Juan Fernández, La Teja, campos en Minas y en Maldonado, sabiendo él hecho construir los primeros caminos y alcantarillas en los precitados terrenos. Contribuyó en gran parte a la realización de la construcción del importante Mercado del Puerto, la primera obra arquitectónica de su época. Fue propietario de los conocidos Depósitos de Aduana, denominados hoy "Depósitos Serna" que por una insignificante suma, en relación a la renta que producía esa propiedad, enajenó al gobierno de este país en el año 1880.

El 3 de junio de ese mismo año, se extinguió ese espíritu emprendedor y batallador que no habían logrado quebrantar ni el derrumbe de su fortuna ni la penosa enfermedad que lo llevó a la tumba, habiendo sido elocuente la demostración de duelo que se le tributó. Don Pancho Serna no dejó fortuna, pero sí un honrosísimo apellido que sus hijos han sabido conservar, sin que la más leve nube empañe su acriollada reputación.

Tal es, narrada a grandes rasgos, la historia del señor Juan Francisco de la Serna, a cuya memoria han querido sus hijos rendir un tributo de piadosa veneración, trasladándose al efecto desde la capital vecina. También nosotros depositamos en la tumba del esclarecido ciudadano argentino, la ofrenda de nuestra profunda admiración y acompañamos a sus deudos en las horas de recuerdo para el que les legó un apellido que han sabido honrar, manteniéndolo puro y santificado al calor de los grandes afectos.

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