Villanueva, mariscal de Rusia

Por Jorge Carlos Mitre

Para La Nación - Buenos Aires 1980

 

CIEN años atrás y cuatro más, los lectores de LA NACION se informaron de una insólita comunicación oficial. El ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Carlos Tejedor, se había dirigido al plenipotenciario argentino en Francia, don Mariano Balcarce, adjuntándole una nota del Juez, Dr. Ángel E. Casares, "para que solicitase a los representantes del Gobierno en la Gran Bretaña o en Francia, países donde se encuentran acreditados ministros del Imperio Ruso, les comunicaran una resolución al ciudadano argentino, don Benigno Villanueva, que ocupa el alto cargo de mariscal del Ejercito Imperial". En el oficio se transcribía la declaratoria judicial, estableciendo que "los únicos y universales herederos de doña Rafaela Lozada de Villanueva son sus legítimos hijos don Pío y don Benigno Villanueva". El subsecretario, Emilio Lamarca, agrega, de su parte: "Se previene a V.E. que dicho Villanueva ha cambiado la terminación de su apellido por otro más adaptable a la pronunciación del idioma de aquel país, donde tiene su residencia". Don Benigno Villanueva se había transformado en el mariscal Villanokoff. ¿Quién era aquel argentino que había logrado ascender al más alto prado del escalafón militar de la Rusia del zar?

Nació en Buenos Aires, en 1815, hijo del licenciado don Miguel de Villanueva, antiguo vecino de Mendoza, que perteneció al Regimiento de Granaderos a Caballo.

Concurrió a la escuela de don Rufino Sánchez, pero pasó después a la de Acosta, situada junto al Correo viejo, en la calle Bolívar. Los estudios no suscitaron su entusiasmo y, menos aún, la carrera del Comercio. Le atraía la milicia (o la aventura), pero su padre, recordando las penurias que había sufrido durante sus campañas militares, desalentó sus inclinaciones. Una circunstancia fortuita lo puso en el camino que lo conduciría hacia el destino más inesperado. Encontrábase una noche en el Café de Catalanes, jugando al billar, cuando sostuvo un incidente con otro hombre joven, igualmente irascible y no menos impetuoso. Nada les quedó por decirse; quiso entonces la fatalidad que se concertase un duelo a sable, y con punta. El combate se realizó tras el paredón de la Merced, frente a la Virgencita. El final respondió a las condiciones extremas del lance. Villanueva, con una estocada a fondo, hirió de muerte a su rival, un antiguo compañero de la escuela. Quiso la desgracia -o la suerte- que apareciese la policía y presenciara la escena. Como castigo, el impetuoso joven fue destinado al Ejército. Su carrera militar se inició, claro está, como soldado raso, pero continuó de ascenso en ascenso. Cabo, sargento, subteniente y, el 25 de mayo de 1839, en la Plaza de la Victoria, asistiendo a la parada militar, estaba el teniente primero de Caballería, don Benigno Villanueva, al mando del segundo escuadrón de la escolta del Gobierno.

En aquel año se produjo uno de los primeros levantamientos contra Juan Manuel de Rosas. Santiago Rufino Albarracín, Carlos Tejedor, Jacinto Rodríguez Peña y otros jóvenes, inspirados por los principios de la Asociación de Mayo, formaron el Club de los Cinco para iniciar una conspiración y supieron que podían contar con la adhesión del Coronel Ramón Maza y otros militares con mando de tropa. Pero ya funcionaba la organización delatora del restaurador de las leyes -a quien se le había acordado la suma del poder público- y debido a la provechosa traición del coronel Martínez Fontes ($ 15.000) y del sargento mayor de igual apellido ($ 15.000), el plan fue desbaratado y, el 24 de junio, Ramón Maza fue llevado a la cárcel pública y, luego, fusilado. Allí no paró la represión: Manuel Vicente Maza, su padre, viejo amigo del flamante gobernador de Buenos Aires, fue asesinado por la Mazorca en su despacho, mientras escribía su renuncia, como presidente de la Legislatura.

Villanueva había sido uno de los militares que los conspiradores habían tenido en mira, pero un oficial de apellido Ortega, a quien se le había encargado de comprometerlo, fue mandado urgentemente en comisión al Azul, sin poder cumplir su cometido. La suerte vuelve a sonreírle. Benigno Villanueva siguió el curso de los ejércitos federales, combatiendo los levantamientos de los unitarios que no aceptaban el régimen de orden sin libertad, impuesto por don Juan Manuel. Y así, finalmente, llegó con las fuerzas de Oribe, bajo el directo mando del general Pacheco, al campamento de "El Cerrito". Habían transcurrido cincuenta días desde la batalla de Arroyo Grande, librada el 6 de diciembre de 1842, donde "todo lo perdió Rivera ese día, desbaratando por sus propias manos los cuantiosos recursos que arrebató de las manos expertas de Paz".

Allí, el oficial federal abandonó las banderas coloradas, mejor dicho: saltó el cerco, en el sentido más lato, y se une a los sitiados montevideanos y a sus aliados unitarios. En esta oportunidad debe reconocerse que no pudo haberle movido un motivo mercenario, pues el desastre de los unitarios era total -vencidos en tierra, en Arroyo Grande-. Por su parte, Guillermo Brown había derrotado a la flotilla uruguaya, comandada por Garibaldi. A pesar de todo, Villanueva se une a los defensores de la "Nueva Troya", donde conoció al general Paz, al general Gelly y Obes y también, entre otros, a un joven oficial, Bartolomé Mitre, quien ha relatado que "los proscriptos argentinos, enarbolando en sus sombreros una escarapela azul y blanca, formaron una legión en número de más de quinientos hombres".

El tedioso ambiente de una ciudad sitiada y las disensiones entre los proscriptos, probablemente indujeron a Villanueva a buscar ámbitos más adecuados a su espíritu inquieto. Reaparece en el Brasil, cuando llegan también unos comisionados del gobierno de México para contratar oficiales, que pudiesen combatir contra los norteamericanos. El general Santa Ana, que gobernaba dicho país, resolvió oponerse al expansionismo de los Estados Unidos, pero sus esfuerzos para luchar contra un ejército más disciplinado que el mexicano no tuvieron éxito. El tratado de Paz se firmó en 1848. México cedió todo el territorio conocido entonces como Nuevo México y California, pero incluyendo también al Estado actual de Nevada, parte de Colorado y todo Arizona. "Para salvar la conciencia nacional, una ingente suma fue pagada por este territorio", comenta un historiador norteamericano.

Finalizada la guerra, Benigno Villanueva se dirigió a California, donde logró hacer algunos negocios provechosos.

Al parecer, llegó a hastiarle la vida en California, y con el capital reunido se fue a España. En Madrid el ocio y el juego disminuyeron sus dineros y estimularon su ánimo, de por sí dispuesto a los riesgos y a los brillos de la a guerra. Fue entonces que se relacionó con el general don Juan Prim y Prats, un espíritu afín, en ciertos rasgos marciales y audaces de su carácter. Pero era un principista inalterable, a diferencia del veleidoso Villanueva. El vizconde de Bruch, conde de Reus y marqués de Castillejos, solía decir: "Más liberal hoy que ayer, más liberal mañana que hoy". Era una frase frecuente entre los miembros del Partido Progresista al que pertenecía. En 1850 fue electo diputado a Cortes y reelecto en 1851, donde atacó al Concordato con la Santa Sede, que "quiere entregar la educación de la juventud española, como expansión de la filosofía, al fanatismo de la teocracia, de ese Concordato en fin, que quiere imponernos los conventos de frailes". En otra oportunidad, pidió la libertad de imprenta y de sufragio. Así, el inquietante general fue agraciado con una "licencia voluntaria al extrangero", fórmula similar a la aquietante designación de embajadores practicada más tarde con algunos militares disidentes.

En 1853 cobra vigor la llamada Guerra de Oriente. Estando Prim en París, el gobierno español le encomienda encabezar y constituir una comisión observadora. Es entonces cuando comienza una nueva y fulgurante etapa en la azarosa vida de Benigno Villanueva, que integra la comisión y se traslada a Rusia con el nuevo protector. Allí, alternó con franceses, ingleses, italianos y sobre todo, turcos, aliados contra Rusia. Presenció la batalla de Sinope, donde la escuadra rusa destruyó a la flota de De la Puerta y colaboró con el general Prim en la ubicación de la artillería de los turcos sobre el Danubio. Pero vuelve a encenderse su genio inquieto, su afán de fortuna. Y nuevamente salta el cerco. Los moscovitas lo recibieron con los brazos abiertos, como a tantos otros oficiales norteamericanos y alemanes. Su gran habilidad para hablar idiomas, sobre todo el inglés, abrieron las puertas al apuesto oficial, de buenas maneras. Gran caballista, en país de cosacos, no podía pasar desapercibido. No sabemos si presenció la legendaria carga de la Brigada Ligera, del ejército inglés, en Crimea, inmortalizada por las sonoras estrofas de Tennyson y considerada "magnifique, mais ce n'est pa la guerre" por un general francés. De su parte, con sus cosacos realizaba proezas. Con pequeñas avanzadas de jinetes, practicaban emboscadas y operaciones de sorpresa. Había enseñado a bolear y a enlazar a sus soldados, y tomaban presos a bomberos y espías o a descuidados centinelas, al mejor estilo de las guerrillas criollas. Y así, fue ascendiendo en el escalafón y en el concepto de sus camaradas y jefes, a medida que morían sus superiores, y la audacia y aptitudes militares del comandante Villanueva lo hacían sobresaliente. Cuando murió el coronel Ponnekine, su jefe inmediato, y que comandaba el primer Regimiento de la División 31 de Caballería del Imperio de Rusia. Benigno Villanueva le sucedió en el cargo, que desempeñó con acierto.

Cuando terminó la guerra de Crimea, de soldado raso argentino había ascendido al grado de general de Caballería de Rusia. Y para que nada le faltase a nuestro héroe, la fortuna vuelve a serle generosa. En 1857, siendo el duque de Medinaceli embajador de España ante la corte del Zar, fue padrino de su casamiento con la viuda de su antiguo coronel, una noble moscovita de gran belleza. En este acto "modificó" su apellido y adoptó el de Villanokoff. Relata Pastor Obligado que, estando por morir, el coronel Ponnekine le pidió que amparase a su mujer. "Y no encontrando mejor medio, apropiscuósela; pero la verdad es que la hermosa rusa reunía en sí prendas bastantes para magnetizar al portador de la fatal noticia."

Nada más se sabe sobre el extraordinario personaje, salvo que marchó al Afganistán, al mando de su regimiento, para sofocar una rebelión.

Quizá hoy haya algún descendiente del mendocino en el Ejército de la URSS, o en una alta jerarquía del partido, sea un intelectual disidente o un simple obrero. Nos ha de quedar esa intrigante duda. Es difícil acceder a los cuidados archivos de los herederos del Ejército Imperial. Karla, que conocía los anaqueles más recónditos, las claves más secretas y los "dossiers" más reservados, quizá hubiese podido descubrirlo, pero el jefe del Centro de Moscú, eligió su trágico destino, cruzó el estrecho puente y, del otro lado, lo esperaban Smiley y su gente.

 

Fuentes bibliográficas: LA NACIÓN del 24 de junio de 1876; "Tradiciones de Buenos Aires" y "El general Benigno Villanueva, soldado mendocino, general en Rusia" (publicado en la Revista de Estudios Históricos de Mendoza. T. II, pág. 165) de Pastor S. Obligado, y "Diccionario Biográfico de Enrique Udaondo", pág. 116 y 117, "Un argentino que fue general ruso", por Estanislao F. Garay, en LA NACIÓN, 26/3/72, y otros volúmenes.